Sinopsis
Joan Garriga, experimentado y reconocido terapeuta en el campo de la Gestalt y las Constelaciones Familiares, nos muestra como poner orden en nuestros afectos y en nuestra vida interior. También a rendirnos ante el misterio de la vida para alcanzar con ello paz y felicidad perdurables. Su propuesta es sencilla y directa, como lo son las enseñanzas sabias de todas las tradiciones espirituales: amar lo que es, amar lo que somos y amar a todos los que son. Al recorrer estas líneas, aprenderemos a reconocer y habitar en forma inteligente el Alma Gregaria que nos vincula con nuestros grupos de pertenencia familiar y social. Luego, iremos poco a poco desplazando el foco hacia la Gran Alma para presenciar allí como emerge nuestro ser más auténtico. Desde la perspectiva del alma la vida cotidiana se vuelve puro disfrute y aceptación, dando por finalizada la lucha por imponer en cada momento los pequeños deseos de nuestra limitada personalidad. Como el mismo autor nos resume: "el gran tema de este libro, al fin y al cabo, es el viejo asunto de la voluntad frente al destino, de los designios del pequeño yo personal frente a los dictámenes de la gran voluntad, de la gran inteligencia definitiva". Muchas veces nos encontramos con que los libros que tratan sobre la conexión con el alma o el espíritu parecen no estar dirigidos a nosotros, sino a seres inmaculados vestidos de blanco y viviendo en un estado de gracia permanente. Este libro que tienes en tus manos, en cambio, aunque profundo e inspirador, está dirigido con maestría y complicidad a seres de carne y hueso, reales y concretos, con sus dudas y certezas, con sus aciertos y fracasos. Como el mismo autor se encarga de advertir: Este libro no es para inocentes. Al contrario, es para aquellos que han experimentado en algún momento las inevitables inclemencias y contrariedades del vivir; para los que conocen el amor pero también el desamor, la alegría pero también la tristeza; para los que han tenido la suerte de cometer errores, equivocarse mucho o poco, sentirse culpables alguna vez y, sobre todo, ser menos buenos de lo que hubieran deseado. Y para los que tienen o han tenido dificultades, porque ellos sí han dado con lo esencial humano, aquello que nos permite crecer y convertirnos en personas reales.